jueves, noviembre 30, 2006

Tema III: epígrafes 1-2.
Tema III. 1) Introducción: La agricultura y su proyección en el sistema económico.
La tierra, como factor de producción, encuentra durante la Edad Moderna un período de grandísimo desarrollo, como causa de su papel hegemónico en las tasas de ocupación humana (principalmente en la Europa más allá del río Elba, aunque también en el ámbito mediterráneo y atlántico) y en el montante total de beneficios y rentas de la actividad económica en toda Europa, al quedar vinculada a la agricultura las otras acciones productivas humanas, la industria-manufactura y el comercio.
El sustento de la población, elemento totalmente dependiente de la producción agraria, supone uno de los puntales del pensamiento económico moderno, ya que esta actividad podía generar junto a ello un stock de excedentes dispuestos a entrar en la economía de mercado (esta afirmación se encuentra en el sustrato ideológico del mercantilismo).
Como consecuencia de los factores climáticos y geográficos, la agricultura se ve limitada en numerosas ocasiones a un cultivo homogéneo de cereales, en especial trigo, avena y centeno, lo cual podía paliar la hambruna endémica de capas sociales de muchas regiones de Europa (la falta de estos alimentos produciría motines de subsistencia). Solo durante el siglo XVII y la siguiente centuria cambiaría esta situación, merced a la puesta en cultivo de tierras con otras simientes en estados más “avanzados” del mundo atlántico, como Inglaterra y las Provincias Unidas.
En estos primeros momentos de la Edad Moderna, los principales caracteres diferenciadores del sistema agrícola son:
a) Problemas con las tierras y las técnicas agrarias, que en general son herederos del medievo, aunque habrá un fenómeno de roturaciones en la primera mitad del siglo XVI y se mejoran ciertas tradiciones productivas (aperos, barbechos).
b) Ley de rendimientos decrecientes: Pese a una doblez de medios, no se consigue ampliar la productividad ni un ilimitado cultivo de tierras, ya que se perdería eficacia y espacios cultivables, agostándose por una mala gerencia de ellos.
c) Escasa producción de carne: Como sucedía en la Edad Media, los animales producen más en el caso de que no fueran sacrificados que si así lo fuesen. Es paradigmático el caso de la oveja, productora imprescindible de lana y leche, cuyo control dependía, en Castilla, del Honrado Concejo de la Mesta, y que suponía un retroceso para la actividad agrícola (la conflictividad ganaderos-agricultores llegará en ocasiones hasta las Chancillerías reales o a instancias del propio monarca).
Tema III. 2) El utillaje y las técnicas de la agricultura.
Los tiempos de la Modernidad no supondrán un cambio radical en el mundo de la agricultura y la ganadería (como sí ocurriría en las manufacturas y el comercio y finanzas). Entre las medidas más destacadas para potenciar la productividad agraria descuellan el cambio del elemento tractor tradicional, el buey, por la mula, mucho menos costosa de dirigir y alimentar pese a las desventajas aparentes por su fragilidad corporal. En el siglo XVII, sin embargo, en muchas regiones de Europa se vuelve a retomar al buey como factor de tracción. Por su parte, en los cultivos se da inicio a un uso mayor de simientes como el nabo o el trébol (agentes natural recuperadores de tierras demasiado explotadas), que poco a poco, se van abriendo espacio en los países atlánticos frente al monocultivo cerealístico.
Junto a estos avances, se hará un uso del barbecho según las teorías de las “dos hojas” y las “tres hojas”. Pese a la evolución de los tiempos, se rechazarían en numerosas tierras continentales el cultivo de la patata por motivos ideológicos y la utilización de otras técnicas o aperos mucho más desarrollados.
Es reseñable indicar las nuevas imbricaciones de la agricultura puesta al servicio de un sistema económico “de mercado”, gracias a su incorporación al incipiente capitalismo (evidencia financiera en el crédito agrícola, común en el siglo XVIII), en teoría favorecido el proceso gracias a la privatización de tierras o la venta de baldíos provenientes de las “tierras de propios y de comunes”, propiedad del ayuntamiento y del común concejil, respectivamente.