domingo, noviembre 05, 2006

Bloque 2. 1. Ideas expuestas en clase sobre la herencia del pensamiento económico medieval en la economía moderna.
Las teorías económicas del siglo XVI no surgieron de la nada, sino que poseen una innegable influencia del pensamiento de la Baja Edad Media, eminentemente cristiano y con una orientación no tanto práctica, como sí teológica o social. Dentro de estos factores medievales tienen fuerza tanto el Derecho Romano como la Tradición hebrea, capaces de justificar con sus tesis el ordenamiento jurídico (poder absoluto del monarca, división estamental de la sociedad, papel de la religión en la convivencia humana) y económico (trabajo no como lucro, sino como obra al servicio de Dios, rechazo de la usura) de la Europa medieval.
Será a fines del siglo XV cuando las fluctuaciones económicas, el descubrimiento de nuevas tierras y el avance de un pensamiento crítico hacia muchos de los puntos básicos del mundo moral cristiano pongan en evidencia el desarrollo de una nueva conciencia económica que sienta las bases del mercantilismo moderno.
Figuras clave para esta transición de las mentalidades serán Erasmo de Rotterdam, Juan Luis Vives o Pérez de Herrera, quienes llevan a la práctica una serie de debates teológicos, morales o, simplemente, humanísticos en donde la presencia de las teorías de la “Imitatio Christi”, la búsqueda de la salvación colectiva y el rechazo de la riqueza o el papel de la pobreza (asistencia a los pobres, mantenimiento, trabajo y lucro en torno a ella) en la sociedad tenían un papel primordial.
Un postulado capital para conocer el devenir de conceptos básicos para la historia económica durante la Edad Moderna será el “trabajo” (la “labor” latina). La tradición cristiana lo juzgaba positivo, siempre que nunca tuviese como fin último el enriquecimiento humano frente a los otros, ya que la finalidad vital del hombre sería el alcanzar la gloria para con Dios en el mundo de más allá de la existencia material (en todo ello tiene gran importancia la exégesis medieval sobre las obras epistolares de San Pablo). Ante todo ello, la concepción religiosa mantenía vigente la crítica hacia la usura, actividad reprochable tanto por sus connotaciones económicas como religioso-raciales (alusiones directas al mundo judío, tan odiado por el propio Erasmo, como se observa en sus escritos). Sobre ello se teorizará tanto en el marco moral como en el económico por la denominada “escuela de Salamanca”, durante el siglo XVI, bien estudiada por el profesor Vigo.
Para conocer en profundidad las teorías medievales que ejercerán una notable influencia en el pensamiento económico inmediatamente posterior, es preciso analizar, al menos someramente, los ideales de Santo Tomás de Aquino y de Nicolás de Oresme.
En primer lugar, Santo Tomás de Aquino (1225-1274) realiza una ingente actividad como teórico de la “escolástica” cristiana, capaz de unificar en una misma síntesis las tesis de Aristóteles y el pensamiento griego junto con las Sagradas Escrituras (tal fue su éxito, que estas ideas pervivirán hasta bien entrado el siglo XIX en el mundo católico como pautas de pensamiento filosófico). Respecto al plano económico, reflexionará sobre los incipientes cambios económicos del siglo XIII, tales como el reinicio de la economía de mercado, el desarrollo de los gremios, y el nacimiento de la problemática surgida sobre los precios y los salarios. Sobre todo ello, Santo Tomás indica que para evitar discusiones sobre el control de los precios por la organización gremial, considerado pecaminoso y fraudulento (“Summa Theologica”, secc. 77), era preciso alcanzar el “precio justo”. Por otro lado, los intereses, su cobro y el beneficio dependiente de ello, dentro de un marco temporal y geográfico que preludia la aparición de la banca moderna, chocan con la férrea moralidad cristiana propuesta por el santo de Aquino, la cual genera una idea pecaminosa que con altibajos (reforma protestante, expansión mercantil transatlántica, éxitos comerciales europeos) se mantendría hasta el triunfo del liberalismo económico.
Por otro lado, el obispo francés Nicolás de Oresme (1325-1382), eminente humanista de primera hora y teórico aristotélico-tomista, juzga una serie de factores económicos no tratados por Santo Tomás y que poseían una gran importancia para el buen funcionamiento de la economía y la moralidad de la Europa cristiana del momento. Considera que el soberano, en pleno ejercicio de su poder absoluto procedente de Dios, ha de favorecer el comercio, imponiendo leyes proteccionistas cuyo fin último correspondería el incentivar la economía nacional. La reflexión sobre el papel de la moneda (cuidado estatal de la acuñación, circulación y valor de la moneda, poseedora de valor intrínseco), y la crítica hacia los malos usos de la moneda (usura, alteración monetaria, lucro a partir del cambio, custodia y tráfico), llevan a valorar la importancia de este pensador bajomedieval con respecto al futuro proceso económico mundial conocido bajo el término generalizador “mercantilismo”.