Voltaire comentó en una ocasión que lo que de veras interesa de la historia no es otra cosa que "la actividad en conjunto" (Vázquez de Knauth, J., Historia de la Historiografia, México, SEP, 1973. Pág. 90).
La economía se ha mostrado durante la Historia como un aspecto fundamental para el desarrollo de toda cultura, pues desde el momento en que el ser humano comenzó a crear unos patrones de convivencia y crecimiento, todo el orden social, político o de pensamiento ha quedado irremediablemente entrelazado o supeditado a este hecho humano.
La realización de documentos historiográficos, en manifestaciones artísticas o simplemente narrativas, dejó patente desde sus comienzos el interés despertado por fenómenos de índole económica en el devenir del hombre. Son conocidos, por ejemplo, los relatos egipcios realizados en piedra o en papiro que aluden a la necesidad de obtener recursos por parte de la hacienda de los faraones ante crisis de subsistencia o la llamada a una guerra justa contra sus vecinos para, verdaderamente, aprovecharse de sus materias primas o de su comercio. Asimismo, se han podido rescatar del olvido diversas culturas mesopotámicas gracias, sobre todo, al material de registro de productos en los palacios conservados pese a la destrucción de estos centros de redistribución. Avanzando en el tiempo, diversos aspectos económicos han servido como hilo conductor de la narración de determinados acontecimientos históricos por parte de autores griegos y latinos. Sin embargo, la problemática Edad Media, a causa de las connotaciones de diferante rango que imprimen las pautas del quehacer historiográfico, se va alejando progresivamente de estos presupuestos integradores y centrará su atención en elementos de naturaleza política o religiosa. Será por la obra de esclarecidos autores y pensadores de la Edad Moderna cuando se considere necesaria la unión de diversas materias para forjar una visión conjunta de la disciplina histórica, a partir del uso de elementos económicos, demográficos o de pensamiento.
En este sentido se puede aludir a un personaje clave como el pensador, político y economista francés Jean Bodin. Participante en la actividad política de su tiempo, la convulsa Francia de las Guerras de Religión, observó la problemática del fenómeno de la inflacción (y su repercusión en la vida cotidiana) y planteó la unión entre las tesis del mercantilismo y el absolutismo monárquico, con lo quedaría sellada la relación entre "lo moderno" y "lo tradicional".
Completamente diferente a las propuestas de Bodin, la obra teórica de François Quesnay, el gran pensador fisiócrata, justifica la necesaria puesta en funcionamiento de las doctrinas que revalorizarían "la tierra" ante los excesos y problemas del mercantilismo, utilizando para ello el conocimiento histórico que a mediados del siglo XVIII se poseía sobre este sistema.
El padre del liberalismo económico, Adam Smith, publica en 1776 "La Riqueza de las Naciones", dura crítica del mercantilismo proteccionista y, a su vez, base del pensamiento capitalista-liberal. Smith, como buen hijo de la Ilustración, usa ejemplos ligados a la historia para rebatir la doctrina tradicional del comercio y la industria, además de abogar por cambios políticos que facilitaran el feliz desarrollo del capitalismo (lo que le convierte ante los ojos del hitoriador del siglo XXI en uno de los impulsores de la filosofía de la Historia).
Dejando de lado a otros interesantes autores ilustrados o románticos, la historia y la economía quedarán unidas firmemente con la obra del filósofo, economista e historiador alemán Karl Marx. El denominado "materialismo histórico", surgido de las tesis marxistas, aúna la materia historiográfica y la economía para dar una explicación lógica de los acontecimientos que marcarían la historia del hombre y del desarrollo político surgido de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial. En él se va a supeditar al hombre y su historia ante la justicia de la economía y los modos de producción.
La hegemonía de la economía en la disciplina histórica generará a lo largo del siglo XX una oposición en la clásica Escuela Positivista, pero engendrárá la Escuela de los Annales, nacida de la preocupación de los especialistas en los estudios en demografía o economía, o la denominada genéricamente Escuela Marxista, que con variaciones, asumirá como imprescindibles para el estudio histórico las ideas originales de Marx, Engels y otros autores marxistas de primera hora, así como diversos elementos más contemporáneos. Avanzando en el tiempo, las propuestas ideológicas o de planteamiento de la Historia van mezclando, integrando o eliminando ciertos aspectos de estas teorías para ofrecer una Historia Global que no obvie ningún aspecto básico para el conocimiento del pasado, presente o futuro del ser humano.
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