Las variantes nacionales del mercantilismo.
a) El caso español.
Durante los dos primeros siglos de la Edad Moderna se desarrollaría en España (y especialmente en Castilla) el “arbitrismo”. Término procedente de las presentaciones teóricas sobre los problemas que afectarían a la Monarquía, junto con sus particulares soluciones (los denominados “arbitrios”), supone un proceso vinculado al deber de consejo expuesto por la ideología medieval y modernista por parte de los súbditos, que obscurece un fin lucrativo, pues quien eleva el arbitrio desea una retribución pecuniaria por sus esfuerzos intelectuales, sobre todo si se llegan a poner en práctica por parte del Estado.
En sí, el arbitrismo es un conjunto heterogéneo de memoriales y proyectos (disparatados o frívolos, acertados y complejos) que conducirán a una consideración realmente baja ante la sociedad, como se desprende de la literatura de la época, sobre los ejecutores de este sistema teórico. Todo ello no evita que algunos de ellos (Ortiz, Moncada, Mariana y Martínez de Mata) obtuviesen el reconocimiento de sus contemporáneos y fuesen recordados en los siglos posteriores (muy posiblemente ésta sea la causa de la “rehabilitación” de los arbitristas por el pensador ilustrado Campomanes).
Respecto a la temática elaborada por los memorialistas castellanos, ésta se vincula especialmente con la decadencia de Castilla (abandono de los sectores productivos, guerras destructivas, presión fiscal exacerbada, salida de metal precioso americano hacia Europa), además de teorizar sobre el agrarismo, los problemas de la tierra y el “bullonismo”, elementos que de manera injusta hayan clasificado a este mercantilismo castellano como inferior o menos desarrollado al de Francia o Inglaterra (Herckscher).
El siglo XVIII abre un nuevo período para el devenir del pensamiento mercantilista español, que deja de lado al arbitrismo para apoyarse en el “proyectismo” como medio para acabar con el atraso económico español respecto a los países del ámbito atlántico. No es una escuela propiamente dicha, aunque sus partícipes tuviesen una serie de perspectivas similares y objetivos comunes (economía y administración americanas, así como la búsqueda del centralismo económico por medio del sistema radial de comunicaciones, tal y como propugnaba Bernardo Ward). El proyectismo era de raigambre proteccionista y poblacionista, derivando en su época terminal en una dura crítica de la estructura social de la España del momento.
b) El caso británico.
El pensamiento económico proviene de determinados aspectos económicos que se darán en la Inglaterra de los comienzos de la Edad Moderna, caso de los “enclosures”, o fenómeno de cercamientos de tierras (que supondría un excedente de mano de obra que será empleada en las manufacturas, así como los indicios de una industria complementaria por parte del campesinado), el apoyo al sector secundario y terciario para exportar productos manufacturados y conseguir moneda de oro y plata para fortalecer una balanza comercial favorable (en el siglo XVII serán autores como Malynes, Misselden y Mun quienes propusiesen este mecanismo como método de enriquecimiento estatal).
La orientación mercantil y bursátil de Londres durante la etapa de la Restauración (Carlos II y Jacobo II) así como en el período inmediatamente posterior, conducirá a un debate sobre los tipos de interés, aunque la puesta en práctica de algunas medidas condujesen a un repunte de la inflación, pues la situación externa era poco halagüeña y hasta entonces no se conocía el impacto de la puesta en circulación de excesiva moneda.
La praxis economicista convive con un proceso de teorización de la disciplina económica, como se comprueba en el afán de cuantificación del comercio y el intercambio, desechándose las antiguas medidas cualitativas (importancia de la “Aritmética Política” de Petty), un factor de influencia en el pensamiento francés de fines de siglo (Cantillon) y de la fisiocracia (Quesnay).
c) El caso francés.
Dentro de la evolución interna del mercantilismo francés hay que aludir al desarrollo de las manufacturas para saciar el creciente mercado de la propia Francia y obtener remesas del mercado exterior. La autosuficiencia agraria e industrial (autarquía) es el otro puntal de la economía francesa, sumándose a ello el proteccionismo estatal para asegurar este proceso económico.
Jean-Baptiste de Colbert, ministro de finanzas de Luis XIV durante la segunda mitad del siglo XVII, y los teóricos Laffemas y Montchrétien otorgarán en su pensamiento económico una gran importancia a la práctica de la economía, a la par que el mercantilismo transalpino se muestra poblacionista y alejado del ideal cristiano de la pobreza, potenciando la puesta en marcha del comercio y de los juegos "de cifra 0".
El énfasis autárquico se basa en la regulación industrial, el intervencionismo estatal y el expansionismo colonial (obtención de materias primas y quiebra del monopolio español y portugués en los contactos comerciales con determinadas áreas), como un mecanismo de fortalecer la Monarquía absoluta del Rey Sol.
Pero, ¿hasta qué punto es economía la actividad mercantil y productiva en la Francia de Luis XIV, o es política la práctica económica francesa del período? La interacción directa de ambos elementos es patente a fines del siglo XVII, y como prueba de su fusión se sitúa la obra de pensadores y políticos como Cantillon y Vauban, importante ministro e ingeniero del soberano Borbón durante los últimos años de su reinado.
a) El caso holandés.
Adecuadas las ideas económicas al comercio y las prácticas bursátiles, merced al florecimiento de ciudades como Ámsterdam, durante el siglo XVII, las medidas intervencionistas estatales radicales se hacían poco viables.
Dos de los más importantes pensadores del momento formularán una serie de situaciones económicas y teorías prácticas de gran calado para el devenir de las Provincias Unidas y su economía:
Por su parte, el judío sefardí Joseph de la Vega publicará en 1668 su libro “Confusión de Confusiones” en donde se otorga a la bolsa un papel primordial en el pensamiento holandés del período.
Hugo Groccio, o Grotius, plantea en su actividad como historiador, jurista y politólogo de primera línea una serie de propuestas económicas que generarán un avance en la concepción del mercantilismo. La doctrina más evolucionada será la libertad de navegación, negociación y comercio con las Indias (en un momento de tregua con la Monarquía Hispánica), como se expone en su panfleto “Mare liberum” (1609), preludiando con ello la concepción básica del liberalismo económico del siglo XVIII.
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