jueves, octubre 26, 2006

Consideraciones sobre el regalismo borbónico en el siglo XVIII. Como previo al inicio del estudio sobre la situación de la economía y las finanzas de la Iglesia en la España del siglo XVIII, bajo el título de “Regalismo y fiscalidad en la España del siglo XVIII: Concordatos y Desamortización”, es preciso evocar una serie de factores y acontecimientos históricos que pueden servir de base para una investigación detallada sobre esta temática y el período estudiado. La Iglesia ha mantenido durante siglos unas especiales relaciones con el poder político. Si se atiene el historiador a las fuentes cronísticas, ya en época visigoda los soberanos hispanos tenían, como en otros lugares del mundo cristiano del momento (Francia, Bizancio), una serie de regalías en el ámbito eclesiástico. Conforme avanzaría la Edad Media, la presión de las Monarquías sobre el estamento eclesiástico se agrandaría, pero a su vez, constituiría un elemento de interacción entre el poder espiritual y el mundanal. Será con los inicios de la Edad Moderna cuando se empezase a cambiar de mentalidad con respecto al regalismo estatal, pues las necesidades económicas de una serie de estados regidos por un gobernante absoluto hacían imprescindible la cooperación voluntaria o forzada de un grupo económico de gran ascendiente económico como lo sería la Iglesia (dos serían los mecanismos: la apropiación de bienes eclesiásticos con la connivencia de los romanos pontífices; la expropiación y secularización del mundo protestante). El auge del absolutismo en la Francia de Luis XIV sería la cúspide de este proceso, que amenazaría incluso con la excomunión del rey francés y con la muy posible ruptura de la Iglesia Galicana con Roma. La actividad de los regalistas franceses no sería ajena a los reformistas españoles del reinado de Felipe V (Macanaz y Mayans), quienes potenciarían la aportación “solidaria” de la Iglesia en el ámbito fiscal (cruzada, excusado y subsidio) por medio de la legislación expuesta por el Concordato de 1737, cuya aplicación sería difícil, y en ella tendrían un papel capital los recién creados superintendentes de provincias. Si bien el regalismo borbónico ya había creado unas fuertes raíces durante la primera mitad del siglo, uno de los pasos clave para afianzar la posición de superioridad del monarca sobre la Iglesia se daría durante el reinado de Fernando VI, por medio de la acción “extrema” (según John Lynch) de Ensenada y el padre Rávago, quienes justificarían el poder absoluto del soberano frente a los entes semiautónomos eclesiásticos (jesuitas sobre todo) en base a un control fiscal todavía más fuerte sancionado en el Concordato de 1753 firmado con la Santa Sede. El reinado de Carlos III supondrá una ampliación de la actividad regalista, justificada en parte por la oposición de la Compañía de Jesús a la actividad política y económica planteada por el ministro Campomanes (su “Tratado de la regalía de amortización” será publicado en 1765). En este sentido la expulsión de los jesuitas desde 1767 significará una apropiación estatal de los numerosos bienes de la extinguida orden, y que supone el primer paso de la desamortización eclesiástica en España. Finalmente hay que aludir al proceso último y radical del regalismo en al España moderna, como lo es la “Desamortización de Godoy”, desarrollada desde 1798 hasta 1808, como consecuencia de los apuros financieros de la Real Hacienda y la necesidad de acabar con los bienes de “manos muertas”, que no entrarían en el juego económico del período, y que preludiarán las grandes desamortizaciones de Mendizábal (en mayor medida) y de Madoz, ya bien entrado el siglo XIX.

viernes, octubre 20, 2006

Historia versus Economía. La "discontinuidad" de Fernand Braudel.
La pujanza de la "École des Annales" durante la etapa justamente posterior al fin de la II Guerra Mundial quedaba evidenciada en la expansión de las ideas del gran historiador francés Fernand Braudel. El autor de "El Mediterráneo en época de Felipe II" aprovechará una conferencia dada en la UNAM (México), en 1951, cuyo texto se encuentra en Las ambiciones de la historia, Barcelona, 2002, pp. 119-126, para abordar un grave problema de las divergencias entre la historia y la economía en el plano de los movimientos históricos, es decir, la división del tiempo histórico.
En un primer lugar Braudel analiza el poder de la economía política sobre la historia de la economía, que a su vez "está transformando la historiografía actual". La labor de los economistas y de los historiadores se fundamenta sobre una serie de ideas y vocabularios, de origen pretérito, pese a los intentos de ciertos autores, surgidos de los centros economicistas marxistas, que niegan esa dependencia de la historia sobre unas pautas de funcionamiento de la economía política.
Braudel expresa la necesidad de forjar una "explicación histórica" ante los fenómenos de índole económica, ya que toda idea no puede subsistir per se, sino que está marcada por un contexto histórico, social y de pensamiento que la genera de identidad (y que por ello la retrotrae hacia el ser humano, no al mero dato, como potenciarían las doctrinas más rígidas de la materia económica, y que sin duda alguna, penetrarán en el mundo académico norteamericano en el último tercio del siglo XX).
Un ejemplo de la ligadura entre el hecho histórico y los términos económicos que Braudel considera esclarecedor es el vocablo "capitalismo": sobre él indica que ni siquiera Marx habló de una abstracción tal, sino que su origen se encuentra en la necesidad de la clase obrera germánica a fines del s. XIX de crear una ideología de combate. Sin embargo esta terminología claramente hegemónica en el estudio de la economía de la historia de la humanidad ha sido, para Fernand Braudel, el aplicarlo sin límite a períodos determinados de la economía, por ejemplo, del mundo moderno: "capitalismo comercial" para la época de los grandes mercaderes del s. XVI; "capitalismo industrial" para la época de aparición de las primeras empresas manufactureras en el s. XVIII; "capitalismo bancario" con respecto al avance burgués y de una élite financiera de miras mundiales en el s. XIX. En ello se puede observar lo determinante del conocimiento histórico para definir unos períodos clave del avance de la economía a nivel mundial: la simbiosis economía-historia es total.
Tras realizar esta serie de comentarios Braudel considera necesario aludir a la divergencia entre el pensamiento temporal entre los historiadores y los economistas. Para justificarlo se usa el término "corto plazo" o "coyuntura actual", hegemónica en autores economicistas como Léontieff, y el "largo plazo" de los estudiosos de la historia. El escaso margen de tiempo impuesto por los primeros se hace, a decir de Braudel, ineficaz ya que la vida económica "es movimiento", es decir, depende de los factores comentados con anterioridad.
Una aportación interesante del estudioso francés es el conflicto surgido entre el "largo plazo histórico" y la discontinuidad de estructuras surgida de la visión obsesiva de los historiadores del momento por acontecimientos demasiado inmovilistas y temporalmente casi inabarcables, es decir, lo contrapuesto a la posición de los economistas. Para clarificarlo Braudel expone una serie de factores económicos desarrollados en Francia durante un plazo relativamente largo (1770-1870) los cuales, por sí solos, no supondrían una explicación factible con respecto a los hechos resultantes de la Revolución Industrial; sin embargo, este movimiento largo, "realidad de base de la historia", supone un determinismo incompleto para el conocimiento de los fenómenos históricos.
Como resolución de la problemática de la temporalidad y sus defectos, tento la larga como la corta, Braudel considera necesario analizar la discontinuidad "en sus raíces", originada en cierto modo por el capitalismo (doctrina de base marxista), pero también por otros elementos. En este sentido se hace preciso el uso de la materia sociológica, de la consulta a la evolución de la conducta del hombre en sus distintos ámbitos (rupturas, evolución, vuelta a lo tradicional), y de la tesis de suma de "lo coyuntural y de lo estructural, del corto y del largo plazo", la búsqueda del justo medio ya teorizado en la Ilustración y que permite al investigador económico o histórico comprender mejor el proceso vital del ser humano.

martes, octubre 17, 2006

Voltaire comentó en una ocasión que lo que de veras interesa de la historia no es otra cosa que "la actividad en conjunto" (Vázquez de Knauth, J., Historia de la Historiografia, México, SEP, 1973. Pág. 90).
La economía se ha mostrado durante la Historia como un aspecto fundamental para el desarrollo de toda cultura, pues desde el momento en que el ser humano comenzó a crear unos patrones de convivencia y crecimiento, todo el orden social, político o de pensamiento ha quedado irremediablemente entrelazado o supeditado a este hecho humano.
La realización de documentos historiográficos, en manifestaciones artísticas o simplemente narrativas, dejó patente desde sus comienzos el interés despertado por fenómenos de índole económica en el devenir del hombre. Son conocidos, por ejemplo, los relatos egipcios realizados en piedra o en papiro que aluden a la necesidad de obtener recursos por parte de la hacienda de los faraones ante crisis de subsistencia o la llamada a una guerra justa contra sus vecinos para, verdaderamente, aprovecharse de sus materias primas o de su comercio. Asimismo, se han podido rescatar del olvido diversas culturas mesopotámicas gracias, sobre todo, al material de registro de productos en los palacios conservados pese a la destrucción de estos centros de redistribución. Avanzando en el tiempo, diversos aspectos económicos han servido como hilo conductor de la narración de determinados acontecimientos históricos por parte de autores griegos y latinos. Sin embargo, la problemática Edad Media, a causa de las connotaciones de diferante rango que imprimen las pautas del quehacer historiográfico, se va alejando progresivamente de estos presupuestos integradores y centrará su atención en elementos de naturaleza política o religiosa. Será por la obra de esclarecidos autores y pensadores de la Edad Moderna cuando se considere necesaria la unión de diversas materias para forjar una visión conjunta de la disciplina histórica, a partir del uso de elementos económicos, demográficos o de pensamiento.
En este sentido se puede aludir a un personaje clave como el pensador, político y economista francés Jean Bodin. Participante en la actividad política de su tiempo, la convulsa Francia de las Guerras de Religión, observó la problemática del fenómeno de la inflacción (y su repercusión en la vida cotidiana) y planteó la unión entre las tesis del mercantilismo y el absolutismo monárquico, con lo quedaría sellada la relación entre "lo moderno" y "lo tradicional".
Completamente diferente a las propuestas de Bodin, la obra teórica de François Quesnay, el gran pensador fisiócrata, justifica la necesaria puesta en funcionamiento de las doctrinas que revalorizarían "la tierra" ante los excesos y problemas del mercantilismo, utilizando para ello el conocimiento histórico que a mediados del siglo XVIII se poseía sobre este sistema.
El padre del liberalismo económico, Adam Smith, publica en 1776 "La Riqueza de las Naciones", dura crítica del mercantilismo proteccionista y, a su vez, base del pensamiento capitalista-liberal. Smith, como buen hijo de la Ilustración, usa ejemplos ligados a la historia para rebatir la doctrina tradicional del comercio y la industria, además de abogar por cambios políticos que facilitaran el feliz desarrollo del capitalismo (lo que le convierte ante los ojos del hitoriador del siglo XXI en uno de los impulsores de la filosofía de la Historia).
Dejando de lado a otros interesantes autores ilustrados o románticos, la historia y la economía quedarán unidas firmemente con la obra del filósofo, economista e historiador alemán Karl Marx. El denominado "materialismo histórico", surgido de las tesis marxistas, aúna la materia historiográfica y la economía para dar una explicación lógica de los acontecimientos que marcarían la historia del hombre y del desarrollo político surgido de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial. En él se va a supeditar al hombre y su historia ante la justicia de la economía y los modos de producción.
La hegemonía de la economía en la disciplina histórica generará a lo largo del siglo XX una oposición en la clásica Escuela Positivista, pero engendrárá la Escuela de los Annales, nacida de la preocupación de los especialistas en los estudios en demografía o economía, o la denominada genéricamente Escuela Marxista, que con variaciones, asumirá como imprescindibles para el estudio histórico las ideas originales de Marx, Engels y otros autores marxistas de primera hora, así como diversos elementos más contemporáneos. Avanzando en el tiempo, las propuestas ideológicas o de planteamiento de la Historia van mezclando, integrando o eliminando ciertos aspectos de estas teorías para ofrecer una Historia Global que no obvie ningún aspecto básico para el conocimiento del pasado, presente o futuro del ser humano.