Tema IV. Explotación y comercio de la sal y el vino. Variedades de comercio naval.
a) La sal; características de su tenencia y explotación. El caso del vino.
La sal ha sido, a lo largo de la historia, un producto sobre el que ha pesado la autoridad de la monarquía, por medio de una de sus variadas regalías, es decir, un derecho propio de los reyes para controlar una serie de aspectos económicos (producción, aranceles…) que fortaleciesen su situación en el plano socioeconómico dentro del Estado.
Este derecho inalienable de explotación y distribución de la sal, común a muchos de los países de la Europa moderna, se arrienda para su puesta en práctica a una serie de particulares, aplicándose un porcentaje del 15 % que recibiría el monarca como beneficio.
Otra característica común europea de esta explotación-comercio de la sal corresponde a que sus arrendatarios (individual o colectivo) suele ser un personaje que se vincula al arriendo de los impuestos al hacer valer su poder económico. Un ejemplo de ello, expuesto en clase, será el de Pedro González de León quien, hacia 1520, arrienda el alfolí de la villa marinera de Avilés, comprometiéndose a mejorar las instalaciones de producción de sal cuando recibe el arriendo salario por cesión de Carlos I.
Por otra parte, es preciso comentar brevemente la suma importancia de la comercialización del vino, sobre todo en el marco geográfico ibérico (Oporto, Canarias, La Mancha) y en el Midi francés (área de Marsella y de la Provenza), ya que cuentan a lo largo de la Edad Moderna con una serie de nexos mercantiles en toda Europa o África, forjando redes de intercambio muy interesantes para el estudio económico.
b) Comercio transoceánico con África y Asia.
La navegación de cabotaje había sido planteada entre ámbitos comerciales locales o de media proyección geográfica, pretendiendo evitar percances mayores, naturales o humanos (lo cual se extiende a la navegación militar o de pasajeros, como narra el marino hispanoportugués Pedro Fernández de Quirós en su viaje a Italia en 1599[1]), muy típica del mundo mediterráneo desde épocas remotas, aunque también extensible a espacios del noroeste europeo y del Báltico, caso de la navegación y contactos comerciales de la Hansa germánica.
Los descubrimientos transoceánicos, en los continentes de África primero, y posteriormente en Asia y América, favorecieron un gran desarrollo de la navegación a largas distancias, con el objetivo de crear rutas y redes de comercio mediante las cuales obtuviesen pingües beneficios mercantiles. Será una actividad naval inicialmente copada por portugueses y castellanos, pero avanzando el tiempo, abierta a navegantes de otras nacionalidades, caso de ingleses, holandeses o franceses.
Ruta con Asia y comercio africano:
Iniciada por Marco Polo, viajero veneciano medieval, la expansión militar y económica de los turcos otomanos en el siglo XV cerraría el acceso europeo a la Ruta de la Seda, existente desde la Edad Antigua. Por causa de ello los marinos portugueses, ya en época del infante Enrique el Navegante, dieron comienzo a la exploración y creación de bases navales y factorías comerciales por la fachada oeste del continente africano (Ceuta, Tánger, Arzila, Madeira, San Jorge de Mina...), abriendo mercados que nutren de oro africano y materias primas exóticas a Portugal, y desde allí, a toda Europa.
La negativa lusa a compartir estas rutas con otras naciones, sobre todo, con Castilla (motivo de fricción continua durante la época de los últimos Trastamaras), llevaría a los comerciantes y marinos castellanos a buscar alternativas, alcanzándose por medio de Colón el descubrimiento de nuevos mercados y tierras vírgenes para la explotación directa en América.
Comercio oriental: China, India, Islas de Especiería y Filipinas.
El doblamiento portugués del Cabo de Nueva Esperanza a fines del siglo XV y la llegada de Vasco da Gama a Calicut, en la India, supuso un verdadero aliciente para las transacciones transoceánicas entre Portugal y estos espacios mercantiles. La ocupación militar por medio de los virreyes lusos de bases desde Mozambique hasta China, pasando por Mascate, India, Ceilán o Malaca, tuvo como consecuencia el aprovisionamiento de materias primas destinadas a la incipiente industria manufacturera portuguesa y, además, un enriquecimiento generalizado en las capas altas de la sociedad y en la Monarquía de Manuel el Afortunado y sus descendientes.
Celosos guardianes del monopolio establecido en estas tierras, consiguieron alejar durante medio siglo las ansias comerciales de los españoles (renuncia de 1529 por parte de Carlos I a cambio de 350000 ducados), hasta que la unión de reinos sancionada en las Cortes de Tomar de 1581 liberalizó el comercio sólo a favor de los súbditos de Felipe II, españoles principalmente, quienes ya se habían establecido en las Molucas y Filipinas desde varias décadas atrás. Este comercio será deficitario para los europeos, ya que se exporta plata a cambio de materias preciosas (porcelana, especias, productos de lujo…), actividad en donde los religiosos católicos tendrían una grandísima importancia.
La guerra de la Monarquía Hispánica abierta ingleses y neerlandeses forzó este monopolio ibérico, ya que los soberanos hispanoportugueses (hasta 1640) y españoles y lusos por separado desde la rebelión portuguesa de 1640 no serían capaces de acabar con las injerencias mercantiles de los citados ingleses u holandeses, ya firmemente asentados en la India o las Islas de Especiería.
[1] “(…) Fui siguiendo mi viaje hasta Cartagena de Levante, en todo lo cual me pasaron varios sucesos; y habiendo llegado las galeras de Italia, me embarqué en ellas por San Juan, y fuimos costeando por Valencia y Barcelona. A quince de agosto atravesamos el golfo de Narbona, y poco después desembarcamos en el puerto de Baya, que está en el Ginovesado (…)”, en P. FERNÁNDEZ DE QUIRÓS, Descubrimiento de las regiones austriales (ed. R. Ferrando), Madrid, 1986.