sábado, enero 27, 2007

Tema VI. 1.2. Impuestos y Banca moderna.
* Impuestos y recaudación. Los precios.
En los primeros años del siglo XVI se ponen las bases de todo el sistema organizativo de la fiscalidad del Antiguo Régimen, aunque no por ello hay que evitar observar la influencia de la herencia medieval en el fisco, como se puede observar en España. Así pues aparecen las “guardas”, que regirían un determinado asiento financiero entre la corona y particulares, o los sistemas de arrendamiento de impuestos y encabezamientos.
Este sistema impositivo puede estudiarse por medio del análisis de diversos procedimientos de recaudación o de adelanto de bienes, así como por medio del funcionamiento de la relación entre el soberano y sus cortes (peticiones de cargas tributarias[1]) o por el mantenimiento de los privilegios fiscales, especialmente exenciones de pagos, sobre todo lo cual se está produciendo una revisión profunda en la historiografía actual, la cual ha delimitado el radio de alcance de la complejidad de haciendas en la Europa moderna.
Respecto a los arrendamientos de impuestos, éstos se codifican en un sistema de subasta de determinados tributos obtenidos por una compañía o un banquero/financiero que se compromete a adelantar lo estipulado a cambio de un pago paulatino de éstos por la Monarquía, obteniendo como beneficio el arrendatario la diferencia. Por su lado, el encabezamiento corresponde a un acuerdo de ciudades o pueblos por el cual se encargarán de recaudar los tributos, acción supervisada por un delegado financiero real. Para agilizar el proceso, sería muy normal la subdivisión de parte de estos encabezamientos a gremios, sobre todo las alcabalas de vecinos o la “del viento”, o a ciertos particulares vinculados con la banca.
Por todo ello se observan procesos que hacen partícipes a numerosos grupos de personas en el sistema impositivo y en las actividades de los asentistas, caso de la búsqueda de rendimiento fáctico e inversión y/o especulación a favor de su propio enriquecimiento y el de la Monarquía, lo cual podría tener asimismo connotaciones negativas, dependiendo de la fluctuación de los mecanismos mercantiles-financieros y de la quiebra de la hacienda estatal, lo cual podría suponer el desplome de los fondos invertidos y guardaos en la banca por los inversores.
Interesante relación con la recaudación tributaria mantienen los precios. Para su estudio adecuado se hace preciso una revisión de la tan citada “Revolución de los Precios” del siglo XVI, a causa de la diferenciación de factores y evolución del caso español y el europeo: llagada de plata americana, aumento de la demanda y de la población, adecuación y mejora del crédito. Por tanto, la necesidad de superar con un análisis más completo la obra de Hamilton[2] sobre la Sevilla de la época de las grandes exploraciones se habrá de basar en un baremo específico sobre las series de precios españoles del período, con los determinados plazos, contratos, vinculación a otras funciones, etc.
* La Banca moderna.
Durante toda la Edad Moderna se puede observar la división de la "gran banca" en tres niveles, diferenciados pero integrados por distintos intereses:
a) Concentración: La reunión de banqueros y casas mercantiles o de crédito en ciertas regiones o ciudades (Augsburgo, Génova, Amberes) se complementa con la aparición de ferias que favorecen los encuentros temporales de tratos comerciales y financieros entre particulares o agentes estatales y la movilidad de capital.
b) Internacionalización: Desde unos orígenes regionales, la diversificación de centros relativos a las necesidades crediticias o comerciales llevará a la creación de redes conectadas entre sí en un marco geográfico relativamente amplio, desde Median del Campo, Villalón y Medina de Rioseco (Castilla la Vieja), a Lyon, Besançon, Piacenza o Augsburgo, plazas relativamente unidas entre sí por el tránsito de tropas y capital por el Camino Español entre Flandes y el Milanesado.
c) Especialización: Los asentistas, inicialmente dedicados al comercio o la banca, van a ir especializando su labor, lo cual supondrá la evolución de los procedimientos de cambio. Por ello, hacia 1570 ya se evidencia la existencia del banquero profesional especializado y con proyección internacional.
Junto a esta gran banca internacional persiste un tipo de "banca local", asimilada a la anterior. Regulada y controlada por las autoridades municipales en el caso castellano, tiene cierta importancia en los procesos de desarrollo del crédito y la inversión a nivel urbano y rural (5-6 % de intereses anuales), concentrándose en las principales ciudades del reino de Castilla (como ha demostrado Felipe Ruiz Martín en el caso de Medina del Campo en época de Felipe II[3]). Un ejemplo de ello sería el financiero particular Fernando de Madrid (activo entre 1520 y 1530), quien patrocinaría la actividad del concejo, obteniendo una posición privilegiada incluso dentro de las regidurías madrileñas.
Otro tipo de banca se asimila al “banco de Corte”, muy característico de la época de los Reyes Católicos hasta el establecimiento definitivo de la Corte de Felipe II en Madrid. Estará formado por prestamistas que financiarían los gastos del círculo cortesano, otorgando como prestación determinados ingresos tributarios. En este sentido habría que hacer alusión a Martín de Salinas, burgalés que adelantaría dinero a los Reyes Católicos entre 1480 y 1500 a los Reyes Católicos; sus descendientes pasarían al servicio del infante Fernando de Austria, futuro emperador Fernando I, creando por entonces espacios financieros en Flandes y Austria con proyección internacional.
[1] Un estudio interesante sobre la relación Rey-Cortes en el siglo XVI corresponde a CARRETERO ZAMORA, J. M., “Los servicios de las Cortes de Castilla en el siglo XVI”, Cuadernos de Historia Moderna. Número monográfico IV: “Tirar con pólvora del rey, o el dinero de todos. Estudios de hacienda y fiscalidad en la España moderna”, 21, pp. 15-58.
[2] Consultar HAMILTON, E.J., El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona, 1975.
[3] Consultar RUIZ MARTÍN, F., Pequeño capitalismo, gran capitalismo: Simón Ruiz y sus negocios en Florencia. Florencia, 1990; Lettres marchandes échangées entre Florence et Medina del Campo. París, 1965.
Tema VI.1: La Banca.
A lo largo de la Edad Moderna se produce un enorme desarrollo del mundo financiero y de la banca, debido a una expansión de una economía fuertemente monetaria, además de instrumentos de crédito y una intensa vinculación a la realidad sociopolítica del momento (caso de los sistemas de financiación de los grandes estados autoritarios de Europa Occidental, sobre todo, en la Monarquía Hispánica), todo lo cual facilitaría la disponibilidad de fondos económicos para los Estados y el intercambio comercial entre varias regiones y países del continente o de tierras del resto del mundo.
*Sistemas de crédito.
Un crédito, como tal, es un adelanto de dinero a cambio de un interés; sin embargo, ciertos historiadores de la economía (Muldrew, Clavero) han demostrado que este concepto evolucionaría o tendría diferentes matizaciones a causa de su observación dentro de una determinada perspectiva social.
En sí, el sistema de crédito de la Edad Moderna no conoce fronteras, tal y como se puede ver en los diferentes nexos financieros que se extendían con gran celeridad por toda Europa. Depende sobremanera del clientelismo, un fenómeno que interrelaciona tanto a la nobleza como al campesinado con los flujos de cesión de dinero, y se le considera no tanto como una consecuencia del endeudamiento familiar o personal, ya que existe una connotación positiva en vista de una futura inversión de capital en asuntos mercantiles o industriales[1], o para sufragar los gastos en arte, modos de vida… situados muy por encima de las posibilidades económicas de una nobleza dependiente de las rentas de sus propiedades rústicas. La revisión de la idea de ingreso y gasto, todavía no asentadas firmemente hasta fines del Antiguo Régimen, la pervivencia de la condición de la previsión y del crédito como una parte estructural del sistema económico moderno o los presupuestos ideológicos tanto de la Monarquía (“liberalitas”) como de los particulares, serán factores necesarios para el análisis fehaciente y científico de estos procesos dentro de la sociedad europea de toda la Edad Moderna.
El crédito no solo aúna a los financieros con los distintos integrantes de los estamentos sociales, desde la alta nobleza hasta los pequeños propietarios rurales, ya que se va a mostrar como un factor capital para el sostenimiento de las monarquías o estados modernos. En este sentido, existen dos tipos de préstamos bancarios para calmar las necesidades palatinas o políticas de los soberanos absolutos:
a) Renta flotante: vinculada a préstamos de plazo corto, lo cual supondrá la existencia de intereses altos, para movilizar moneda con rapidez en caso de gastos inmediatos en toda Europa o el mundo ultramarino vinculado a ella. Un caso particular español será el “asiento”. Originado en la época de los Reyes Católicos e institucionalizado con Carlos I, será una operación de adelanto de dinero y de cambio de moneda con el objetivo de enviar capital o moverlo en otros espacios de los negociados, mediante los cuales la banca obtiene pingües beneficios por los desequilibrios de la valoración de moneda, resintiéndose la Real Hacienda de la pérdida de buena moneda (real de a 8) enviada al mercado extranjero. Los principales asentistas del periodo 1517-1700 serán los genoveses (Spinola, Centurione, Doria, Grimaldo, Grillo…), aunque también participarán del sistema de los “asientos” otros financieros florentinos (Strozzi) y alemanes (Függer, Welser) en época de Carlos I, o portugueses (Pessoa) y españoles (Malvenda, Salinas, Ruiz…) ya a fines del siglo XVI y durante el siglo XVII.
b) Renta consolidada: capital aportado para devolverse a largo plazo (e incluso a tiempo indefinido), que evolucionará hasta convertirse en la deuda de Estado actual (“juros” españoles, “bonds” ingleses, “rentes sûr l’Hôtel de Ville” franceses). Respecto a los tipos de juros, existentes ya a fines de la Baja Edad Media española, se dividen en varios tipos, sobre todo, a causa de la duración de ellos: “al quitar” (a largo plazo), “perpetuo” (de por vida), “de heredad” (sin limitación acordada, se concedía como merced a los nobles “por siempre jamás”, formando a integrar parte de los mayorazgos) y “de resguardo” (se darán desde las primeras grandes bancarrotas hacia 1560, significan una garantía crediticia para los asentistas o banqueros).
*Bancarrotas.
La suspensión de pagos o bancarrota demostraba a los financieros de la Corona la incapacidad del Estado para devolver los créditos e intereses concedidos con anterioridad (todavía vigentes) para sufragar los gastos normalmente vinculados a la compleja política internacional de los monarcas. Durante el siglo XVI, en el reinado de Felipe II, se producirán cuatro quiebras de la Real Hacienda para con los asentistas de la Monarquía Hispánica (1557, 1560, 1575, 1596), ante quienes se realizará una renegociación general de los contratos (el denominado “medio general”), con lo que se devuelve parte del préstamo no con dinero líquido sino con juros “de resguardo” o, ya en el siglo XVII, con la enajenación de jurisdicciones de lugares, vasallos y rentas[2].
[1] Asunto en revisión en la actualidad, como expone el profesor Bartolomé Yun-Casalilla en un reciente estudio que analizaría la posición de la nobleza británica y española en relación a su actividad inversora, de donde se indica la cercanía de estos dos grupos, pese al peso de los postulados de la historiografía tradicional. Para más información, consultar YUN-CASALILLA, B., “Redes urbanas atlánticas en la formación de Europa (1500-1800). A favor y en contra de una interpretación whig de la historia europea”, en FORTEA J. I. & GELABERT J. E. (eds), La ciudad portuaria atlántica en la historia: siglos XVI-XIX, Universidad de Cantabria, Santander, 2006, pp. 355-380.
[2] Sobre la evolución en la escala social de banqueros por medio de concesiones y mercedes reales en el siglo XVII, consultar SANZ AYÁN, C., “Blasones son escudos: el ascenso económico y social de un asentista del rey en el siglo XVII, Bentura Donis”, Cuadernos de Historia Moderna, 20, pp. 33-57.

domingo, enero 14, 2007

Tema V. 6: El desarrollo comercial en el siglo XVIII, las colonias y las compañías.
A lo largo del siglo XVII se genera una situación política, económica, social y cultural que sienta las bases de los futuros cambios del Siglo de las Luces. En este sentido se observa la evolución de un grupo social determinado, la burguesía, que producirá la génesis de un pensamiento liberal y librecambista germen de la futura teoría política de autores como Voltaire, Rousseau o Condorcet, así como las tesis de economistas y demógrafos de la talla de Adam Smith, David Ricardo o Malthus.
*De las Compañías comerciales a las Asociaciones de comerciantes.
Para este desarrollo conviene citar la pervivencia y expansión de las compañías comerciales, surgidas en el siglo XVII en países como las Provincias Unidas, Inglaterra y Francia, cuyo modelo será copiado por los más diferentes países del área báltica (Prusia, Dinamarca, Suecia…), de Centroeuropa (la famosa compañía austriaca con sede en Ostende) e incluso en España, con las conocidas empresas particulares, aunque controladas a fin de cuentas por el Estado, Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (en Venezuela), Compañía de La Habana (Cuba) y la Compañía Catalana (Manila)[1]. Todas ellas están inspiradas por los respectivos gobiernos, quienes además solían participar o controlarlas, por medio de ayuda legal, financiera o militar. Se encargarán de reproducir las estructuras administrativas estatales en el territorio, a cambio de la explotación económica de aquél, cesión del Estado.
A partir de las décadas de 1760 y 1770, las compañías comerciales entran en problemas graves, debido a la expansión del librecambismo (en el caso español es reconocible, ya que se concederán prerrogativas a ciertos puertos de la península ibérica para el contacto comercial directo, sin necesidad de pasar por Cádiz, sede de la caduca Casa de Contratación), por el cese del crecimiento económico europeo a causa de las sangrientas guerras coloniales y europeas entre 1700 y 1763… Otros factores de importancia para el decrecimiento del poder de estas compañías se encuentra en:
a) Su origen supone restricciones por parte del Estado, ya que se obliga a su supeditación a los intereses y políticas estatales.
b) Los gastos provocados por el control del territorio no serán capaces de ser sufragados por las compañías sin problemas.
c) Tras la Guerra de los Siete Años (1756-1763) los gobiernos hacen partícipes a las compañías de los gastos provocados en el conflicto, ya que se había demostrado el enriquecimiento de aquéllas a costa del comercio con los contendientes, sin observar su bando.
d) Las limitaciones adquiridas a lo largo del periodo, sobre todo a nivel territorial, provocan su estancamiento.
e) Las compañías derivan en grandes construcciones burocráticas, lentas y anquilosadas, por lo que hacia 1770 la iniciativa será llevada por comerciantes privados.
Mientras que se produce el declive progresivo de las estructuras mercantiles de las Compañías Comerciales coloniales, a lo largo del siglo XVIII va a tomar impulso una serie de asociaciones de comerciantes privadas, sin ayuda del Estado, a partir de un capital originado de la fortuna de familias burguesas acaudaladas (en Gran Bretaña también serían partícipes de ello diversos miembros de la nobleza). Entre sus principales características se observa su fácil asociación a otras compañías mercantiles, así como en su capacidad para constituirse y disolverse, además de potenciar una libertad de espacios y mercancías, no limitados por las exigencias de la administración estatal.
*El comercio con América.
Respecto a la América del periodo, en ella se dejan ver una serie de reformas de distinto calado, desde la “liberalización” del mercado esclavista como consecuencia del Tratado de Utrecht, hasta las medidas administrativas y económicas de los soberanos españoles de la casa de Borbón (especialmente Fernando VI y Carlos III) y la génesis de un estado libre, independiente y “revolucionario” en diversas materias, es decir, los Estados Unidos de América.
Por tanto, América atrae la mirada de las nuevas ideologías, como ya se ha indicado, aunque todavía pesa el monopolio de las diferentes metrópolis sobre sus colonias (motivo de las posteriores independencias, tanto para los territorios de Gran Bretaña como para los de Portugal y España). Los cambios más notorios se encuentran en el caso de la producción agrícola especializada (melaza, azúcar, cacao, café, algodón…) y la industria derivada de ello (destilerías de ron, ingenios azucareros, industrias textiles algodoneras…), eminentemente en el área del Caribe y en las costas atlánticas del continente. En este avance productivo, la inversión de particulares y de las citadas compañías comerciales supondrán un factor verdaderamente decisivo.
*El comercio con Asia.
Otro foco de importancia para el conocimiento de las estructuras comerciales mundiales del siglo XVIII se corresponde al continente asiático. Hasta 1760-1770 se proseguían con los patrones y nexos comerciales tradicionales; sin embargo, a partir de estos años, la explotación económica de ciertos territorios bajo dominio británico o neerlandés (India, Indonesia) se vinculará a plantaciones extensivas de productos agrícolas destinados al consumo occidental, como el té o el opio. A estos cambios se ha de sumar la apertura de nuevas rutas de comercio, terrestres en este caso, por medio del interés del imperio Ruso en hacerse un espacio en este lucrativo mercado, y la lenta comercialización de espacios costeros de China, por medio de los intercambios reglados en Cantón por las autoridades manchúes. Sin embargo, la relación y balanza comercial es desfavorable a los estados y comerciantes asiáticos, ya que recibirían plata (allí parará el 35 % de la plata extraída de América) a cambio de la exportación de especias, tintes, sedas, cafés, té, nitrato…
*El comercio en Europa.
Por su parte, el comercio entre las diversas regiones y estados de Europa mantiene una dicotomía entre la continuidad tradicional de mercados y negocios, y la creación de nuevas redes de intercambio y su expansión hacia espacios más apartados, como Rusia o las tierras balcánicas arrebatadas por Austria al imperio Turco. Respecto a los productos comerciales, se mantiene la exportación de productos agrícolas y productos derivados manufacturados (cereal, vino) hacia las tierras del centro y norte de Europa, centros de producción siderúrgica, textil y de fábricas destinadas a un uso militar, naval sobre todo.
Otro aspecto de importancia dentro del circuito europeo será el desarrollo de redes financieras, más densas y complejas, resucitando la figura del comerciante-banquero renacentista, aunque adaptado a los nuevos tiempos e ideas, primero proteccionistas, y posteriormente librecambistas. Junto a este personaje, está asociado a él la potenciación estatal a las ferias, ahora mucho más especializadas y centralizadas, como se observa en el caso de Frankfurt, una de las sedes financieras más importantes de la Europa del siglo XVIII.
[1] El origen primitivo de, al menos, la teoría sobre la necesidad de crear una serie de compañías de comercio al estilo holandés y, con ello, abrir el comercio con las Indias y España a comerciantes extranjeros y revitalizar la economía española se encuentra en las ideas del secretario de Despacho Universal y futuro consejero de Indias, Manuel Francisco de Lira y Castillo, según se desprende de un memorial de 1690 (LYNCH, J., Los Austrias (1598-1700). Barcelona, 1993, pp. 368-369).
TEMA V. 5: El comercio moderno en el área del Atlántico.
En el área atlántica se produce una navegación de cabotaje, aunque poco a poco toma forma una de carácter transoceánico, debido a los descubrimientos de nuevas tierras hacia el Poniente, en América. Después de los primeros siglos de la Edad Moderna las transacciones comerciales se normalizan y evolucionan en gran medida, produciendo una serie de transformaciones sociales de gran calado, caso de la exportación hacia Europa de productos como el té y el café. De una práctica elitista, estos exóticos alimentos serán consumidos por otras capas sociales de manera cada vez mayor. En este sentido, como afirma el profesor Bartolomé Yun Casalilla, se liman las limitaciones sociales, potenciándose un pensamiento igualitarista contra las diferencias de la sociedad del Antiguo Régimen.
América, tras los procesos de descubrimiento, conquista y asimilación cultural, se ha convertido en uno de los soportes del comercio a larga distancia con otros continentes, especialmente Europa (manufacturas), Asia (materias primas y ciertos productos de lujo) y África (esclavos). La explotación por parte de las autoridades coloniales, en el plano económico, muestra una serie de connotaciones de suma importancia para su desarrollo, caso del monopolio, la relación desigual de intercambios entre la metrópoli y las colonias (manufacturas por materias primas, perjudicando la evolución industrial de América), y los tipos de explotación, la minera en Perú y Nueva España, y la agrícola en Nueva Granada, las Antillas y la costa Este de Norteamérica.
La explotación económica se vincula a la iniciativa privada, aunque supervisada por las autoridades estatales, quienes recibirían pingües beneficios en forma de tributos de la más distinta índole. La coexistencia de intereses mutuos entre los particulares y la Monarquía, sobre todo en la América española, favorecerá el avance económico del Nuevo Mundo (para ello se puede acudir a la historia de personajes como Colón, Cortés, Pizarro…). Como amparo de beneficios, la búsqueda del monopolio frente a agresiones extranjeras y el fraude, las autoridades españolas promoverán la creación de la Casa de Contratación sevillana y el Consejo Real y Supremo de las Indias (en el primer tercio del siglo XVI)[1]. Sin embargo, el monopolio estatal no impedirá la participación de capital extranjero (flamenco, genovés y portugués) en el comercio americano, de manera irregular pero continuada, por lo que arbitristas como Sancho de Moncada confirmarán que las Indias españolas se habrían convertido “en un Paraíso” para estos comerciantes.
Los productos básicos del comercio con América serán materias primas y metales exportadas hacia la metrópoli (oro, plata, maderas, tabaco –s. XVI-, pieles, algodón –s. XVII-, café, melaza, ron –s. XVIII-), a cambio de paños, vinos y objetos de uso cotidiano traídos hacia las Indias Occidentales.
En el comercio español existían dificultades para la moneda, todavía con importante valor intrínseco, ya que antes de la creación de cecas en América (serán de importancia las de Potosí, Lima y México), era escasa y poseía, por ende, un valor muy superior al de la propia España. Todo ello supuso un verdadero auge del trueque o el aumento de los precios por medio de procesos especulativos controlados por los agentes estatales en América (por tanto, las redes de comercio habían derivado en una serie de enlaces de información privilegiada en el plano económico y fiscal).
Respecto al modelo portugués, su presencia firme se encontraba en la costa brasileña, de Pernambuco a Sao Paulo, pasando por Bahía y la pequeña Río de Janeiro. A decir del los estudios sobre el Portugal moderno (sobre todo en los estudios de los profesores Fernando Bouza y Rafael Valladares), habrá una inicial explotación del territorio descubierto con orígenes feudales, aunque derivará en dos procesos, uno de ocupación militar completa del territorio, como ocurriría en las Indias españolas, o bien el establecimiento de un sistema comercial de factorías. El primer modelo se lleva a cabo en Brasil, soportando con éxito la presión neerlandesa a las décadas iniciales y centrales del siglo XVII, mientras que las factorías sólo tendrán cierta vigencia en territorios africanos de la costa guineana, angoleñas y de Mozambique, y en la India y el Lejano Oriente, como demuestran las colonias de Goa y Diu (India), Malaca y Timor (Insulindia) y Macao (China).
[1] SCHÄFER, E., El Consejo Real y Supremo de las Indias. Su historia, organización y labor administrativa hasta la terminación de la Casa de Austria. Vol I. Madrid-Valladolid, 2003, pp, 31-77.