viernes, diciembre 22, 2006

Tema IV. Explotación y comercio de la sal y el vino. Variedades de comercio naval.
a) La sal; características de su tenencia y explotación. El caso del vino.
La sal ha sido, a lo largo de la historia, un producto sobre el que ha pesado la autoridad de la monarquía, por medio de una de sus variadas regalías, es decir, un derecho propio de los reyes para controlar una serie de aspectos económicos (producción, aranceles…) que fortaleciesen su situación en el plano socioeconómico dentro del Estado.
Este derecho inalienable de explotación y distribución de la sal, común a muchos de los países de la Europa moderna, se arrienda para su puesta en práctica a una serie de particulares, aplicándose un porcentaje del 15 % que recibiría el monarca como beneficio.
Otra característica común europea de esta explotación-comercio de la sal corresponde a que sus arrendatarios (individual o colectivo) suele ser un personaje que se vincula al arriendo de los impuestos al hacer valer su poder económico. Un ejemplo de ello, expuesto en clase, será el de Pedro González de León quien, hacia 1520, arrienda el alfolí de la villa marinera de Avilés, comprometiéndose a mejorar las instalaciones de producción de sal cuando recibe el arriendo salario por cesión de Carlos I.
Por otra parte, es preciso comentar brevemente la suma importancia de la comercialización del vino, sobre todo en el marco geográfico ibérico (Oporto, Canarias, La Mancha) y en el Midi francés (área de Marsella y de la Provenza), ya que cuentan a lo largo de la Edad Moderna con una serie de nexos mercantiles en toda Europa o África, forjando redes de intercambio muy interesantes para el estudio económico.
b) Comercio transoceánico con África y Asia.
La navegación de cabotaje había sido planteada entre ámbitos comerciales locales o de media proyección geográfica, pretendiendo evitar percances mayores, naturales o humanos (lo cual se extiende a la navegación militar o de pasajeros, como narra el marino hispanoportugués Pedro Fernández de Quirós en su viaje a Italia en 1599[1]), muy típica del mundo mediterráneo desde épocas remotas, aunque también extensible a espacios del noroeste europeo y del Báltico, caso de la navegación y contactos comerciales de la Hansa germánica.
Los descubrimientos transoceánicos, en los continentes de África primero, y posteriormente en Asia y América, favorecieron un gran desarrollo de la navegación a largas distancias, con el objetivo de crear rutas y redes de comercio mediante las cuales obtuviesen pingües beneficios mercantiles. Será una actividad naval inicialmente copada por portugueses y castellanos, pero avanzando el tiempo, abierta a navegantes de otras nacionalidades, caso de ingleses, holandeses o franceses.
Ruta con Asia y comercio africano:
Iniciada por Marco Polo, viajero veneciano medieval, la expansión militar y económica de los turcos otomanos en el siglo XV cerraría el acceso europeo a la Ruta de la Seda, existente desde la Edad Antigua. Por causa de ello los marinos portugueses, ya en época del infante Enrique el Navegante, dieron comienzo a la exploración y creación de bases navales y factorías comerciales por la fachada oeste del continente africano (Ceuta, Tánger, Arzila, Madeira, San Jorge de Mina...), abriendo mercados que nutren de oro africano y materias primas exóticas a Portugal, y desde allí, a toda Europa.
La negativa lusa a compartir estas rutas con otras naciones, sobre todo, con Castilla (motivo de fricción continua durante la época de los últimos Trastamaras), llevaría a los comerciantes y marinos castellanos a buscar alternativas, alcanzándose por medio de Colón el descubrimiento de nuevos mercados y tierras vírgenes para la explotación directa en América.
Comercio oriental: China, India, Islas de Especiería y Filipinas.
El doblamiento portugués del Cabo de Nueva Esperanza a fines del siglo XV y la llegada de Vasco da Gama a Calicut, en la India, supuso un verdadero aliciente para las transacciones transoceánicas entre Portugal y estos espacios mercantiles. La ocupación militar por medio de los virreyes lusos de bases desde Mozambique hasta China, pasando por Mascate, India, Ceilán o Malaca, tuvo como consecuencia el aprovisionamiento de materias primas destinadas a la incipiente industria manufacturera portuguesa y, además, un enriquecimiento generalizado en las capas altas de la sociedad y en la Monarquía de Manuel el Afortunado y sus descendientes.
Celosos guardianes del monopolio establecido en estas tierras, consiguieron alejar durante medio siglo las ansias comerciales de los españoles (renuncia de 1529 por parte de Carlos I a cambio de 350000 ducados), hasta que la unión de reinos sancionada en las Cortes de Tomar de 1581 liberalizó el comercio sólo a favor de los súbditos de Felipe II, españoles principalmente, quienes ya se habían establecido en las Molucas y Filipinas desde varias décadas atrás. Este comercio será deficitario para los europeos, ya que se exporta plata a cambio de materias preciosas (porcelana, especias, productos de lujo…), actividad en donde los religiosos católicos tendrían una grandísima importancia.
La guerra de la Monarquía Hispánica abierta ingleses y neerlandeses forzó este monopolio ibérico, ya que los soberanos hispanoportugueses (hasta 1640) y españoles y lusos por separado desde la rebelión portuguesa de 1640 no serían capaces de acabar con las injerencias mercantiles de los citados ingleses u holandeses, ya firmemente asentados en la India o las Islas de Especiería.
[1] “(…) Fui siguiendo mi viaje hasta Cartagena de Levante, en todo lo cual me pasaron varios sucesos; y habiendo llegado las galeras de Italia, me embarqué en ellas por San Juan, y fuimos costeando por Valencia y Barcelona. A quince de agosto atravesamos el golfo de Narbona, y poco después desembarcamos en el puerto de Baya, que está en el Ginovesado (…)”, en P. FERNÁNDEZ DE QUIRÓS, Descubrimiento de las regiones austriales (ed. R. Ferrando), Madrid, 1986.
VATEL: Crítica sobre la economía palatina francesa en la época de Luis XIV.
La política, sociedad y economía, amén de la cultura, en la Francia absolutista del reinado de Luis XIV ha tenido en numerosas ocasiones un reflejo en la cinematografía, como demuestran títulos relacionados con la saga de los Tres Mosqueteros (ambientada en la época de Luis XIII y su hijo y sucesor, el Rey Sol) o con la vida del monarca Borbón. En este sentido merece hacerse una reflexión breve sobre un título no demasiado conocido por el gran público, pero que como consecuencia de su excepcional recreación de los fastos versallescos (en este caso, expuestos en el palacio de Chantilly) y de la magnífica interpretación de los protagonistas, merece nuestra atención.
Interesante análisis sería el de la confusa vida del citado Vatel. De origen suizo, Fritz Karl Vatel (1635-1671) pasaría la mayor parte de su corta vida en Francia, al servicio del ministro de Estado y superintendente de finanzas Nicolas Fouquet, y posteriormente al del Príncipe de Condé. Mitificado gracias a los pocos datos sobre su vida y por su fantástica muerte[1], suicidado por causa de la falta de pescado en los banquetes que coordinaba en Chantilly en honor a Luis XIV, nos encontramos ante un sirviente genial, que todavía no daría el paso hacia la liberación de su persona y obra ante el régimen señorial existente, pese a lo cual su muerte “romántica” preludia su profunda vinculación hacia su trabajo, supeditando su genio hacia su propia vida.
Así pues, dejando de lado la vida del maestro de ceremonias Vatel y la historia dramática del film, nos podemos detener en un aspecto puramente económico: la trama argumental coincide con la visita de Luis XIV al Príncipe de Condé en 1671 para dirimir las rencillas surgidas entre ambos durante la Fronda y los servicios militares de Condé a la Monarquía Hispánica en la década de 1650. Junto a la solución de los problemas citados, el anciano militar deseaba complacer al monarca galo durante su visita a Chantilly para resolver los graves problemas económicos de su hacienda, muy mermada por los vaivenes políticos de Condé, objetivo máximo, según se desprende de la película, de éste.
A lo largo del film se aprecia el funcionamiento de un palacio en el mundo barroco, desde la infraestructura (cocineros, jardineros, albañiles, carpinteros, transportistas y arrieros, acreedores…) hasta lo más visible para los anfitriones e invitados (actuaciones musicales y teatrales, bailes, pantagruélicos festines…), dentro de un complejo sistema organizativo del barroco, en donde el maestro de ceremonias (en este caso, el celebrado François Vatel) era la pieza clave para su sostenimiento.
De manera preciosista e, históricamente, impecable el director Roland Joffé ha conseguido dar vida a una época capital para la historia de Europa, poniendo en imagen la realidad socioeconómica francesa que ha sido tan estudiada por historiadores de la talla de Germain Martin, Jacques Saint Germain o Paul Poisson de Bourvalais, en el marco económico, o Jean-Louis Thireau, Pierre Goubert o Jean-Christian Petitfils, en el espacio político y administrativo.
En este sentido se analiza detalladamente el funcionamiento de los sistemas de producción palatinos, relacionados con la intendencia material y el crédito financiero, en este caso, de un mundo no-urbano, sino muy apegado a la realidad rural. Las conexiones entre el arte y la propia producción manufacturada (por medio de carpinteros, jardineros o técnicos de las más diversas materias) generarán un resultado final verdaderamente espléndido, como puede considerarse el bon gôut de la aristocracia francesa en el mundo del barroco pleno.
VATEL (ficha técnica):
Dirección: Roland Joffé.
Paises: Francia / Reino Unido.
Año: 2000.
Duración: 117 min.
Interpretación: Gérard Depardieu (François Vatel), Uma Thurman (Anne de Montausier), Tim Roth (marqués de Lauzun), Timothy Spall (Gourville), Julian Glover (príncipe de Condé), Julian Sands (Luis XIV), Murray Lachlan Young (Felipe de Orleans), Hywel Bennett (Colbert), Richard Griffiths (dr. Bourdelot).
Guión original: Jenne Labrune.
Adaptación inglesa: Tom Stoppard.
Producción: Alain Goldman y Roland Joffé.
Música: Ennio Morricone.
Fotografía: Robert Fraisse.
Montaje: Nöelle Boisson.
Diseño de producción: Jean Rabasse.
Dirección artística: Louise Marzaroli.
Vestuario: Yvonne Sassinot de Nesle.
[1] La única información verídica sobre su vida, a falta de un estudio profundo de la documentación de los archivos particulares de Condé y Fouquet, corresponde a una carta de Madame de Sévigné dirigida a Madame de Grignan, que se expone en las líneas siguientes: "Mais voici ce que j'apprends en entrant ici, dont je ne puis me remettre, et qui fait que je ne sais plus ce que je vous mande : c'est qu'enfin Vatel, le grand Vatel, maitre d'hotel de Mr Fouquet, qui l'était présentement de Mr le Prince, s'est poignardé".

sábado, diciembre 02, 2006

Tema III. 6. La agricultura europea en el siglo XVIII.
La Europa de comienzos del siglo XIX estaba mucho más cerca de la tradición de 1700 que de las innovaciones que conducirían a 1900, aunque las transformaciones que se desarrollarían durante el siglo XVIII supusieron serios cambios con relación a los procesos productivos anteriores (sobre todo en las Provincias Unidas y en el Reino Unido).
Así se observa el proceso de mantenimiento de una estructura económica asimilada a una agricultura todavía potente y rectora de la subsistencia y el desarrollo de los diversos países europeos y de sus poblaciones, habitantes del campo en su gran mayoría. Junto al mantenimiento de una sociedad eminentemente rural y estamental, incluso se llega a potenciar desde el poder y la intelectualidad economicista la explotación del campo mediante una agricultura mucho más evolucionada (fisiocracia).
Durante el Siglo de las Luces se observan una serie de cambios (nunca generalizados) que, sin embargo, asientan las bases de una revolución en técnicas y procedimientos productivos que preludiarán la Revolución Industrial. Es reseñable los avances técnicos del británico Tull merced a los cuales consiguió mejorar el sistema de arado y barbecho, facilitando su irrigación y rendimiento natural.
Otros cambios proceden de la modernización paulatina de los aperos de labranza, o la producción incipiente de cosechas de la patata y el maíz una vez superadas las trabas ideológicas ligadas a estos alimentos, así como de otros nuevos cultivos de productos extraeuropeos como el algodón y el tabaco, aunque nunca pondrán en peligro la hegemonía del cereal.
En este siglo se incrementa la producción, sumándose como factor determinante para el alza de precios, lo que en ocasiones supondrá un caldo para los motines de subsistencia y la subversión de las clases populares.
Respecto a la evolución agrícola en las distintas regiones y países europeos se muestran diferencias y semejanzas palpables:
a) Francia: Se observan diferencias notables entre un área eminentemente mediterráneo (Provenza, Languedoc…) y otro atlántico y con conexiones con la Europa continental.
b) Italia: Frente a una tradicional Italia agraria escasamente desarrollada (Mezzogiorno), aunque en vías de un urbanización notable, se sitúa una zona mucho más avanzada en materia agrícola, como será el Valle del Po, tanto en Piamonte como en la Lombardía.
c) España: Contraposición norte-sur. En el norte se cultivará el maíz, patata y se criará ganado bovino. En el sur destacan los regadíos de Levante y los secanos en las tierras del interior, sobre todo, con extensión de la tríada mediterránea.
d) Mundo Atlántico: alta productividad de zonas como los Países Bajos, Normandía, Ulster o Gran Bretaña, donde mayor es la extensión de los fenómenos reformistas en la agricultura y ganadería.